Tuesday, March 14, 2006

Relatos...

A lo que llegan los relatos entre madre & hija...

Bueno les contaré lo que me dijo mi querida madre al estar en el auto camino a casa...

(entre risas & otras locuras)..."madre, ¿recuerdas cuando estaban construyendo la casa de mi tío & salté del segundo piso?.."...si, recuerdo muy bien que caiste & todos quedamos callados, te regañó tu tía & solo nos ignoraste & volviste a hacerlo.."...(risas)..."si, lo recuerdo muy bien....& ¿te acuerdas cuando me aventé a la alberca & ni siquiera sabía nadar?.." (termina de reir).."oh si!....todos nos metimos apresurados por tí..tu solo saliste con tu carita de entre susto & ahogada.....pero lo volviste a hacer...."...(volvemos a reir)...."eso no lo recordaba.."....Si siempre tenias tus actos suicidas... hasta miedo me daba dejarte sola....tenías esa maña de desengancharte de tu "arnés" & esconderte entre la ropa cuando hibamos a disneylandia...." (risas)(fin)

¿Quien lo diría?...desde tan pequeña sentía deseos de morir....já...qué cómico nunca lo imagine... se me es muy agradable & a la vez gracioso saber de mis "actos suicidades infantiles"....simplemente un relato de madre & hija...


Ocio...

jeje..a lo que llego a hacer en mis momentos en los que las clases son demasiado aburridas & termino mis trabajos rápidamente....simplemente cosas que salen de mi cabeza...


más fragmentos de Los Cantos de Maldoror

CANTO PRIMERO (continue)

Fragmento He visto, durante toda mi vida, sin una sola excepción, a los hombres de hombros estrechos realizar numerosos actos estúpidos, embrutecer a sus semejantes, y pervertir a las almas por todos los medios. A los motivos de su acción le llaman: la gloria. A todos a la vez los he visto, unas veces con el puño más robusto dirigido hacia el cielo, como el de un niño ya perverso contra su madre, probablemente excitados por algún espíritu del infierno, con los ojos recargados de un remordimiento punzante y al mismo tiempo lleno de odio, en un silencio glacial, sin atreverse a manifestar las vastas e ingratas meditaciones que encubría su seno –tan llenas estaban de injusticia y horror-, y entristecer así de compasión al Dios misericordioso; otras veces, a cada momento del día, desde el comienzo de la infancia hasta el fin de la vejez, diseminando increíbles anatemas, que no tenían el sentido común, contra todo lo que respira, contra ellos mismos y contra la Providencia, prostituir a las mujeres y a los niños, y deshonrar así las partes del cuerpo consagradas al pudor. Entonces los mares levantan sus aguas, sumergen en sus abismos los maderos; los huracanes y los terremotos derriban las casas; la peste y las diversas enfermedades diezman a las familias rezantes. Pero los hombres no se dan cuenta. También los he visto enrojecer o palidecer de vergüenza por su conducta en esta tierra; raramente. Tempestades hermanas de los huracanes, firmamento azulado cuya belleza no admito, mar hipócrita, imagen de mi corazón, tierra de seno misterioso, habitantes de las esferas, universo eterno, Dios que los has creado con magnificencia, a ti te invoco: ¡muéstrame a un hombre bueno! Pero, que tu gracia decuplique mis fuerzas naturales, pues ante el espectáculo de ese monstruo, yo puedo morir de asombro: se muere por mucho menos.

CANTO SEGUNDO

Fragmento Viejo océano, tu forma armoniosamente esférica, que alegra la cara grave de la geometría, me recuerda demasiado los pequeños ojos del hombre, similares por su pequeñez a los del jabalí, y a los de las aves nocturnas por la perfección circular de su contorno. Sin embargo, el hombre se ha creído hermoso en todos los siglos. Pero yo supongo, más bien, que el hombre sólo cree en su belleza por amor propio, pues en realidad no es bello y él lo sospecha; si no, ¿por qué mira el rostro de su semejante con tanto desprecio? ¡Te saludo, viejo océano! Viejo océano, eres el símbolo de la identidad: siempre igual a ti mismo. Nunca cambias de una manera esencial, y, si tus olas están en alguna parte furiosas, más lejos, en alguna otra zona, se hallan en la más completa calma. No eres como el hombre, que se detiene en la calle para ver cómo se atenazan por el cuello dos dogos y no se detiene cuando pasa un entierro, que por la mañana es asequible y por la tarde está de mal humor, que ríe hoy y mañana llora. ¡Te saludo, viejo océano! Viejo océano, no sería nada imposible que escondieras en tu seno futuras utilidades para el hombre. Ya le has dado la ballena. No dejas adivinar fácilmente a los ojos ávidos de las ciencias naturales los mil secretos de tu íntima organización: eres modesto. El hombre se vanagloria de continuo, y por minucias. ¡Te saludo, viejo océano!